Se le pudo observar al salir de la cárcel como antes de entrar,con gran talante y un porte elegante y como no su chulería innata.
Ha pasado diecinueve meses en la cárcel, pero viéndole diríase que es un
hombre convencido de que todo lo hizo como debía hacerse, como
cualquiera en su lugar lo habría hecho, y que, más allá del percance de
ese año y medio de prisión preventiva, nada grave o nada más ha de
pasarle. Por un lado, tiene en su mano, o cree tener, cartas que puede jugar en su defensa;
por otro, alega y parece creer que no ha sido más que un partícipe en
un juego en el que todos metieron baza. Como si lo encontrado por la
justicia no fuera una trama antisocial y delictiva, sino la manera
corriente y comúnmente aceptada de actuar.
En los días siguientes lee con atención todo lo que se escribe sobre el
tema: hay quien dice que el truco es legal (a lo que se adhieren los
seguidores del líder cuestionado, convertidos súbitamente a la apología
de la ingeniería fiscal); pero los más de los expertos dicen que es
discutible y algunos aclaran que según y como puede ser sin más un
fraude. Eso le hace sentirse algo menos idiota, pero no
alivia su desazón: ni con los que ya están ni con los que vienen cabrá
librarse de la lacra. Esa que asume que tomar atajos y hacer lo
contrario de lo que uno proclama, ya sea ilegal o legalmente, es puro y
simple sentido común.